dimecres, d’agost 29, 2007

LA FORJA DE LOS HÉROES

[nota del editor: este espeluznante relato fue hallado entre los restos de un antiguo campamento a los pies de los tumuli. Debido a su antigüedad nos hemos visto obligados a traducir la antigua lengua llena de consonantes en la que está escrita esta extraordinaria hazaña aquí narrada para que el mayor número posible de personas humanas puedan gozarla.
ha sido imposible capturar ninguna de las imágenes que acompañaban al texto original
Les aconsejamos busquen abrigo al albur de unas pieles queridas junto a una chimenea encendida bajo el cobijo de una noche iluminada por Selene].

Segismondo dei Conti ya lo afirmó tiempo ha; nos, suscribimos sus palabras como nuestra propia verdad:

Non dubito fore quin haec posteris non facta sed ficta videantur.

La mañana había nacido esplendorosa; límpida como el rostro de nuestra más querida diosa. Un azul candeal que irradiaba esperanza en las posibilidades de las tres humildes personas que nos disponíamos a tratar de hollar la eternidad. Aquél rostro de tintes cobálticos me recordó los abrazos bajo los framboyanes. El aire penetraba en nuestros pulmones con la frescura de las aguas puras de los arroyos al nacer. Allí se apercibía como ese nuevo día bebía los vientos por la vida. Sólo algunas briznas argénteas, cual suspiros, garabateaban la cúpula celeste que nos envolvía.
Dori, nuestra señora de las vides; Reimon, el dandi de las tierras sin playa; y un servidor, el conocido como Homo Natxus Gaellicus, habíamos pernoctado entre las entrañas de la tierra para poder acometer nuestra humilde, más nunca antes lograda, empresa.
La compañía estaba lista para emprender la marcha: la eternidad nos esperaba; o en nuestra odisea hallábamos la forma de escribir nuestros nombres en las páginas de la Historia o simplemente habríamos fenecido en el intento. {Las Diosas se apiadasen de nosotros y de nuestras almas}
Nuestros serenos pasos, como el fluir del tiempo entre las arenas de los relojes, nos habían conducido hasta los pies del gigante el reposo eterno del cual pretendíamos perforar. Unos extraños olores se avecinaron hasta nuestras personas. Era una mezcla de ascuas de carbón y azufre; y unas nubes ennegrecidas se arremolinaron en los cielos. Posiblemente era un aviso desde las más oscuras profundidades de los Infiernos; mas sólo había una posible acción a realizar: seguir nuestra senda.
Grises se nos antojaron las primeras rampas a ascender. Y a medida que nuestros pies trataban de avanzar adquirían tonalidades azabaches. Cada intento de avanzar parecía ser detenido, como si las manos de los caídos en los intentos previos tratasen de aferrarse a nosotros para impedirnos nuestro cometido, como si tratasen de evitarnos los nigérrimos futuros que parecía que nos depararíá nuestra odisea. Fue por este motivo, que decidimos denominar a este punto 0 de la ascensión Las rampas de los caídos.
La propia madre montaña decidió colocarnos a cada uno en una posición: Gestín, "la madre cepa" vigilaba la retarguardia; el Consejero de las tierras sin costas tutelaba desde el centro los pasos que daba el designado como "sherpa". Poco después, descubrió que quien abría la senda era, sólo, un Inconsciente: caminaría sin detenerse hasta hallar la muerte.
En un punto aproximado a los 1148.29 pudimos empezar a descubrir que la senda serpentearía como los designios de un alma enamorada que no puede decidirse. Pero ya empezamos a comprender, que Yr Wyddfa nos depararía escondidas sorpresas para tratar de vencernos, como siempre había hecho con todos los intentos previos. Fue en ese primer punto de medición, donde empezamos a oír una voz que seguiría todo el camino con nosotros. Nunca llegaríamos a descubrir la naturaleza de la misma; si sus intenciones eran protegernos o proteger a la masa rocosa que nos sustentaba. Lo cierto, como que las ninfeas crecen en las aguas, es que empezó a protegernos contra las ovejas.
Posiblemente nadie lo sepa; pero las ovejas son seres poderosos. De hecho, son las hembras del carnero -las mujeres de los osarios!-. Sus ojos esconden profundidades sin sondar, presagios sobre los criaderos de malvas, los fuegos para iluminar los infiernos. Las ovejas vagaban por las veredas entre las que tratábamos de dibujar un camino; se desdibujaban en la niebla balando las más zainas profecías.
En el punto lunar 1779,85; el carnero mayor de los infiernos de los túmulos se dispuso a ocluirnos el paso. Dejamos paso al espíritu femenino quien trató de abrirnos un resquicio entre los malos designios que nos lanzaban. La lucha fue terrible, ni tan siquiera quien hubiese derrotado a la Esfinge se hubiese sentido capaz de superarla; pero el destino nos aguardaba... y el fin del mundo seguía huyendo de nosotros... Algún día, ella decidirá abrir su pandora y narrar qué aconteció mientras el resto creíamos ver deambular las alma caídas en un reposo eterno.
Poco más allá, decidimos detener nuestros pasos. El deambular podía empezar a ser errático, y algunos ya creían que esa jamás sería la senda que nos guiaría al paraíso, si no que nos conduciría a un vil olvido muerto. Reposamos nuestros cuerpos, y meditamos sobre lo que creíamos ver a nuestro alrededor. Manadas de ovejas esperando un leve despiste para alejarnos del camino que nosotros mismos íbamos abriendo. Una niebla que subía desde los sulfurosos lagos de las tinieblas, desolación y piedras calladas que aguardaban nuestra caída.
El inconsciente volvió a oler a azufre y decidió seguir de nuevo el camino. La señora de la montaña se reveló contra nosotros: las pendientes se hicieron tan pronunciadas que parecían que en vez de permitirnos ascender, descenderíamos en nuestro objetivo. Pese a las nuevas dificultades, no cejamos en nuestros anhelos y seguimos ascendiendo sin hacer caso omiso a los pies que parecían retroceder sobre el resbaladizo pavimento pétreo.
De repente, la montaña se abrió ante nosotros. Como si los más feroces dioses hubiesen masacrado la roca con sus hachas, nuestros ojos divisaron una brecha en mitad de la fría pared. Sólo teníamos una opción: seguir avanzando. Aquel punto 2296.58 sería denominado, si regresábamos, como Puerta del Infierno; pues al atravesarla sólo hallamos un manto albino que nuestros ojos no pudieron atravesar. Dedujimos que eran los vapores de las calderas en las que arderíamos durante el resto de la eternidad infinita.
Pese a todo, creímos en nosotros mismos; y esa fue nuestra fuerza. Pudimos divisar la luz que nos guiaría hasta el reír el alba. Soñamos despiertos cómo podíamos pintar de verde aquella piedra triste. Y avanzamos, el Inconsciente delante, sin ver dónde pisaba y sin percatarse que su cuerpo podía llegar a la extenuación, pero él debía abrir el camino a los demás entre el abrazo níveo. La subida cada vez era más dura, las doce pruebas para ganar la sangre para ser vivos en la historia. Cada paso era más terrible que un escalón en babel; y los carneros seguían vigilando desde la más alta cima de la calígine a través de los ojos de sus nigrománticas arpías. Aun así, avanzamos por la gloria de la humanidad.
Vimos los túmulos de los sueños, de los anhelos, del pasado y en las cenizas en las que se convertiría nuestro futuro si no lo conseguíamos. Imaginamos un bosque donde los pinos crecían sobre la arena de la playa; creímos que si los ángeles o las valquirias podían existir vendrían a arrullarnos en ese preciso momento, quizá las hadas podían convertirse en amantes de los demonios, los dragones dormirían su sueño rojo esperando el despertar eterno de los héroes, quizá la vida y el conocimiento podrían caminar de la mano como dos felices amantes... quizá sólo estábamos muriendo.
Y el cielo se abrió: y una luz iluminó el punto 3559.71, allí debíamos postrarnos de rodilla y con nuestros alientos construir la imagen para nuestras diosas. Habíamos arribado a la cima, la vida había confiado en nosotros... Habíamos forjado la leyenda para que fuese contada. Ahora la montaña podría descansar tranquila, una vez sus entrañas habían sido descubiertas y sus verdades mostradas.

Como escribieron Catón y Horacio: Rem tene, verba sequentur.




1 comentari:

Anònim ha dit...

menudo viaje...

cuándo vuelves?!

Reich