- Los primeros soldados británicos llegaron al Ulster en 1969, veteranos de la campaña de Adén y expertos en "pacificar a los nativos", con la misión de hacer de parachoques entre una mayoría protestante que se reservaba para sí todos los privilegios y una minoría católica que demandaba más empleo, mejores viviendas y un gobierno más democrático. Treinta y ocho años después, el ejército ha dado por concluida oficialmente su misión, pero no sin dejar atrás un reguero de sangre: 763 soldados y oficiales y 301 civiles muertos, oficialmente.
La Irlanda del Norte de este verano no tiene nada que ver con la de Bernardette Devlin a finales de los sesenta. El conflicto armado ha terminado, unionistas y republicanos comparten en razonable armonía un gobierno autónomo que se ocupa de temas tan aburridos como las tarifas del agua, y la provincia vive un boom económico que ha disparado el precio de las viviendas y ha puesto a Belfast, la capital norirlandesa, en el mapa de los destinos turísticos internacionales. Pero la pregunta de si el ejército británico ha sido parte de la solución o del problema obtiene respuestas muy distintas según a quién se le formule.
Los partidos políticos ingleses y los protestantes del Ulster tratan a los soldados y oficiales como "héroes que lucharon con valentía y espíritu de sacrificio, desafiando a la muerte", en palabras del secretario de Estado para asuntos de Irlanda del Norte, Bob Ainsworth.
El Partido Democrático Unionista (DUP) del reverendo Ian Paisley, principal fuerza política del territorio autónomo, va todavía más lejos y le atribuye el mérito de "haber puesto coto al terrorismo del IRA", el ejército Republicano Irlandés.
Pero los nacionalistas no podrían estar más en desacuerdo con esa interpretación de la historia, teniendo en cuenta que los tres centenares de civiles muertos por disparos del ejército pertenecen a esa comunidad y en la inmensa mayoría de los casos no eran terroristas sino simplemente pasaban por allí,convirtiéndose en lo que hoy se denominan daños colaterales.
Diversos informes han establecido una colusión entre los servicios militares de inteligencia, el Royal Ulster Constabulary (la antigua policía norirlandesa) y bandas armadas protestantes para el asesinato de supuestos miembros del IRA.
En realidad, los católicos irlandeses recibieron a los soldados ingleses, galeses y escoceses con ramos de flores y tazas de té caliente en 1969, confiando en que serían una fuerza de choque que pondría límites a los desmanes de una mayoría protestante que se creía con el derecho exclusivo a detentar el gobierno, a las mejores viviendas subvencionadas y a todos los empleos del sector público. Pero esa fe murió en cuanto se dieron cuenta de que el objetivo original de evitar un conflicto armado entre las dos comunidades cambió al de "combatir al IRA" y dar legitimidad al statu quo.
Las tropas británicas se convirtieron con la rapidez del rayo de potenciales salvadores en villanos y pasaron a ser percibidas por los nacionalistas como un eslabón más de las fuerzas opresoras de Irlanda a lo largo de la historia, desde Guillermo de Orange hasta el primer ministro liberal británico Andrew Lloyd George, pasando por el rey Enrique II y los black and tans,las brutales unidades enviadas a la república durante la guerra de independencia.
Las relaciones entre el movimiento republicano y el ejército se volvieron irrecuperables tras la masacre del Bloody Sunday (domingo sangriento) de 1972, cuando los militares dispararon indiscriminadamente contra una multitud de manifestantes católicos en el Bogside de Derry y mataron a catorce civiles.
A lo largo de los treinta y ocho años de presencia militar británica han pasado por el Ulster más de trescientos mil soldados, de los cuales no van a quedar más que cinco mil, sometidos a la autoridad de la policía, sin una misión militar propiamente dicha, y susceptibles de ser trasladados a cualquier otro lugar del país o del mundo. Las torres de observación en las colinas del condado de South Armagh y los puestos de control en las carreteras comarcales ya no forman parte del idílico paisaje norirlandés y de lo que fue la rutina cotidiana durante cuatro décadas.
"Las fuerzas armadas han realizado una importante contribución a la paz de Irlanda del Norte - dice el general Nick Parker-, sentando las bases de un compromiso al que se ha llegado finalmente a través de la política, la economía y los cambios sociales". Lo cierto es que los veteranos de la campaña de Adén aterrizaron como marcianos en el Belfast en 1969, dispuestos a tratar a los miembros del IRA como a los nativos rebeldes de lo que hoy es Yemen.
Y también es cierto que el ejército dio por cerrada su misión la pasada medianoche, ni vencedor ni vencido, pero con el país en paz, sin izar o arriar banderas, sin pompa y sin ceremonias.